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Taller de escritura

TALLER DE PERIODISMO DIGITAL Y MULTIMEDIOS 

Local-Industria I 02/03/2017 7:00PM

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Ibagué, ciudad de maquila y confección

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Al pasar los años Ibagué pasó de ser una ciudad de diseño y maquila, a la confección de prendas de cadenas textiles.  

Con la llegada de mercancía externa y las importaciones provenientes de diversas partes del mundo, la industria textilera perdió fuerza en la ciudad de Ibagué. Razón por la cual las diferentes pymes y empresas orientadas por el sector textil optaron por  trabajar como medio de producción y maquila para marcas en específico. Esto ocasiono un desposicionamiento de la ciudad a nivel Colombia como industria manufacturera.

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En el año 2016 se realizó una comparación con cifras del DANE con respecto al nivel de productividad y empleo en el sector textil desde el año 2007. Esto demostró que en los últimos ocho años, el sector textil ha tenido una tasa de empleo baja con respecto a los años anteriores al 2007, disminuyendo así la mano de obra. Por ende, la industria manufacturera depende de marcas de confección en masa, que requieren talleres de producción.

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Patricia Quintero es una de las trabajadoras que a raíz de la invasión de textiles y prendas importadas, opto por crear su propio taller de trabajo. Actualmente se encuentra confeccionando en su taller, diversas prendas en cantidad para una reconocida marca ibaguereña. “Nosotros máximo sacamos mil prendas mensuales. Este que es un taller y yéndonos bien. Diga usted que haya diez talleres. En cambio ellos (refiriéndose a la empresas de comercio de textiles) si traen les sale más barato” Expresa con respecto a la actual industria textil.

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En conclusión Ibagué esta un periodo de recuperación en cuanto al sector de maquila y confección. Por ende, para generar un crecimiento en el sector de empleo es necesario crear nuevas empresas e industrias que potencien el sector manufacturero de la ciudad.

NOTICIAS TEXTILES

Puntada a puntada: historias detrás de la máquina

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Por: Juliana Cerón

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Patricia Quintero

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4:00 a.m. A esa hora comienzo a escuchar el incansable repiqueteo de las maquinas cosiendo. Instantáneamente sé que se trata del taller que queda al lado de la casa, el cuál diariamente está lleno de mujeres realizando sus qué haceres. A pesar de que las veo todos los días, cortando hilachas, pegando marquillas o solo cerrando una blusa con la maquina plana, sé que tras sus caras serenas frente a la misma hay todo un panorama de historias por contar. Aun así, para mí no pasa desapercibida la cara de la señora Patricia Quintero, duramente concentrada en supervisar cada trabajo y costura realizada con una expresión de responsabilidad y disciplina, que demuestran su exigencia al momento de siquiera poner el pie en el pedal de la máquina de coser. Sin embargo, me convenzo a mí misma de que es una situación normal y que esa cara que vi justo a las 3:55 de la tarde, es solamente la repetición de lo que es para esta mujer su cotidianidad.

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Es impresionante como la vida pone situaciones en la cara de cada uno para que no seas ignorante frente a lo que te rodea. Ese insignificante taller que yo tenía justo a 10 pasos de mi casa, era otro lugar inerte que albergaba en mi mente como parte de un mapa viejo y desgastado de tanto repasar. Más no imaginaba, que por obligación iba a tener que darle vida a lo que para mí era una casa más, para que comenzara a figurar en mi cabeza, no más como un sitio de trabajo, sino como un hogar. A partir de ahí, la modistería, trabajo que pasaba desapercibido, comenzó a tomar un nuevo significado traducido en dedicación, perseverancia, pulidez y familiaridad. Porque es que hacer un ojal o enhebrar una aguja no es lo mismo a unir dos piezas de un mismo rompecabezas o a tener en las manos el origen de una sonrisa, un agradecimiento o una emoción. Esto es lo que sostienen las modistas en sus manos laboriosas todos los días.

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No me acuerdo de la primera vez que vi a Patricia Quintero. Sé que constantemente escuchaba su fuerte voz dando instrucciones acerca de cómo hacer el dobladillo o simplemente hablando de aquella noticia que merecía unos putazos de su parte por no ser lo que ella esperaba. Aún así fue esa noche calurosa del cinco de Febrero que me obligue a caminar los diez pasos que me separaban de aquel taller de costura para hablar con doña patricia acerca de su labor.

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De esta manera me acerque lentamente al lugar donde se encontraba Patricia hablando con su vecina. Vestía una blusa de tiras color clara, unos pantalones cortos blancos y llevaba su cabello en un moño que dejaba entre salir su oscuro y grueso cabello crespo. Fácilmente, me di cuenta de que acaba de llegar de un paseo. Al momento de proponer la tarea, esta mujer de piel morena se levantó del jardín fuera de su casa y con una disposición digna de imitar, me invitó a seguir.

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Las paredes amarillas y lisas, fueron testigos del momento en que entre en esa casa con mis manos sudando a la expectativa de unas respuestas aun no dadas. Cordialmente me senté y visualice el panorama. En él no éramos solamente nosotras, estaban presentes en la casa su hija y su nieto menor. La preocupación por atenderlos a ellos, se reflejaba en su cara mientras tomaba asiento frente a mi silla. De esta manera comenzamos con las preguntas.

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“Acá nosotros máximo sacamos mil prendas mensual. Este que es un taller y yéndonos bien”. Con estas palabras, Patricia me explicaba su papel frente a una industria enriquecida con productos extranjeros. Una industria infiel que prefiere adquirir sus cargas de venta en el exterior porque es más barato. El taller de Patricia funciona con un satélite, término que en la modistería hace alusión a una empresa grande que subcontrata talleres para elaborar su ropa en allí. Aparte de ello y muy consciente de la posición que tiene frente al mercado, explicaba porque es más cara la confección local. Por ende, llega a ser complicado para una persona con toda la maquinaría disponible el subcontratar personal bajo el mismo pago por parte del satélite. Hoy en día y como lo mencionó aquel cinco de febrero a las 7:30 de la noche, sale más económico traer de afuera un conteiner hasta con veinte mil prendas al mes, que confeccionar localmente mil prendas mensuales. De esta manera me ejemplificó la situación para que me fuera más fácil comprender la diferencia.

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Y es que esta mujer no empezó en el sector textil recientemente. Ella hace parte de las mujeres que, por razones personales, comenzaron a trabajar a una edad muy temprana que se remonta veintidós años atrás. Como muchas otras modistas, su modelo de aprendizaje fue su madre quién se dedicaba a la costura.  Y es que como Patricia, las modistas que ejercen esta labor hoy en día tienen en común esa fuente de inspiración, sin dejar atrás sus razones personales.

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Fue un dieciséis de Febrero cuando, con mucha más confianza, decidí tocar la puerta metálica color café oscuro. Sola, con su habitual vestimenta de trabajo me encontré con la mujer. Con una sonrisa le pedí educadamente, unos minutos de su valioso tiempo, el cual me concedió sentada al lado, ella frente a la máquina de coser. Y es que a pesar de que eran las 8:00 de la noche, seguía trabajando de manera dedicada en rizar el encaje de una blusa color rosa pálido que se multiplicaba por cincuenta según me fije.

En ese momento, me puse cómoda en mi asiento y comencé a preguntarle sobre su vida, intereses personales y asuntos familiares. Bajo toda la tela, me encontré con una mujer capaz de sacar sola, a sus cuatro hijos adelante con mucha constancia y dedicación fruto de la responsabilidad en sus trabajos. Mientras me comentaba como su cuñada fue una pieza clave en su introducción en el mundo de la costura, iba cuidadosamente insertando la prenda bajo el pie prénsatela de la máquina para seguidamente comenzar a coser.

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“Cuanta gente que sale de la universidad y sin trabajo” de esta manera, este personaje me hacía entender la importancia de lo que para ella es su sustento de vida. Da gracias a Dios, como buena católica, por haberle permitido aprender ese arte de crear con las manos y por saber cómo hacerlo. Y es que esta mujer es muy consciente de la situación económica que se afronta en Colombia. Por esa razón, en su taller trabajan sus hijas, a quienes desde pequeñas les enseño a coser. A eso atribuye que uno de los momentos más felices en su vida haya sido el día en que pudo adquirir sus máquinas, la plana, la fileteadora, la de punto y la collarín, que representaban para ella el comienzo de su propio taller.

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Felicidad. Con esta palabra describe la Patricia su experiencia de vida y la relación con su trabajo. Si bien es cierto que a veces puede significar largas jornadas frente a la máquina realizando producción en cadena, refiriéndose a la producción de grandes cantidades de ropa, para ella esa labor es la que le da para comer todos los días, por ello está profundamente agradecida.

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Al terminar la entrevista, no aguanto el quedarme con la duda y me atrevo a preguntarle en que consiste la labor que se encontraba realizando mientras me hablaba. Con una expresión animada y profesional al mismo tiempo, comienza por explicarme la creación que estaban terminando. Sin embargo, esta tenía muchos adornos, cortes y prensados que les alargaban mucho más su trabajo. Por ello se encontraba en ese momento adelantando el rizado para al día siguiente comenzar a realizar las otras características de la blusa. Con una sonrisa en la cara y dispuesta a seguir trabajando, Patricia me despide en la puerta de su casa, respondiendo a las gracias que le acababa de manifestar. Luego entra y por la ventana que tiene el gran portón del taller, la visualizo tomando asiento nuevamente y retomando el trabajo que venía realizando.

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Caminando hacía mi casa, rememoro toda la información que tengo acerca de este personaje. Ya no se me hace extraño que se levante a las cuatro de la mañana a coser cuando eso significa que en el día le rendirá más su producción. Y es que así poco a poco se me fue desbaratando la pintura que tenía de ella en mi cabeza, para seguidamente remplazarla por un cuadro lleno de colores e interpretaciones. De esta manera comienzo a fijarme poco a poco en la calle que he vivido casi toda mi vida. Pasando mi casa que queda en una esquina, comienzo a contar: Uno, dos, tres y cuatro. Cuatro. Esos son otros puntos de confección que no hacían parte de mi mapa mental dado que los había pasado por alto en mi diario vivir. Son otras cuatro oportunidades de descubrir lo que se teje en cada una de esas casas, y de conocer nuevos personajes que, como Patricia, comiencen a darle forma a lo que para mí es un nuevo mundo: El de la confección.

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Jazmín Rodríguez

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Era un dieciséis de febrero a las 7:00 de la noche cuando crucé la calle ubicada frente a mi casa en la tercera etapa de la ciudadela Simón Bolívar. A paso lento, recorrí la acera detallando cada una de las casas aledañas a la carretera. Tratando de recordar la ubicación de un punto de confección que previamente había visto, me encontré con una casa pequeña que en su frente tenía un letrero referente a uniformes. Me acerque a dicho lugar y me encontré con un panorama muy alentador. Una señora de estatura media y cabello crespo, atendía a un niño con su madre. Observe como cuidadosamente ella pasaba el metro por el cuerpo del pequeño mientras que apuntaba  de manera concentrada las diversas medidas del chico: cadera, altura, tiro y rodilla.

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Ella me vio en la puerta y con la amabilidad con la que trataría a un cliente me invito a pasar a la sala de su casa. Desde ahí alcance a ver levemente las diferentes máquinas que tenía ubicadas en la habitación continua. Cuando despidió al niño con su madre que fue alrededor de 10 minutos después, Jazmín se sentó a mi lado y me permitió contarle los motivos por los cuales estaba en ese momento en su negocio. Con mucha energía y actitud, Jazmín se dispuso a contarme parte de su historia en la industria textil.

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“Quién me enseño la primer vez fue mi mamá…” Esta fue la respuesta de esta modista que resalta la importancia de su madre en su proceso de aprendizaje con el tema años atrás cuando aún era muy joven. Cuenta que su progenitora tenía un taller y que ese fue el motivo que encontró para enseñarle sobre el oficio. Este hecho lo narró mientras miraba fijamente a sus hijos, uno que rondaba los 10 y el otro los 13, que se encontraban haciendo tareas en ese momento.

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La historia textil y el tema de maquila, es algo importante en la vida de esta trabajadora Ibaguereña que siempre está pendiente de cumplir las expectativas del cliente. Ese día, mientras estábamos sentadas en el sofá de su casa me comentó que una de sus metas era poder confeccionar su propia marca de ropa, sin embargo, ella piensa que es muy difícil en este momento por la gran oferta que existe de este tipo de productos. Por ello y a raíz de la demanda que se generaba en el barrio, decidió emprender su negocio enfocado en la confección de uniformes.

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Alrededor de las 8:00pm en medio de la entrevista, esta mujer me comenta que la herramienta de trabajo es una de las cosas que considera importantes. Es por ello, que con una sonrisa, que hacía remarcar sus mejillas rosadas debido a su piel blanca, en la cara tiene la amabilidad de mostrarme su cuarto de confección en el cuál están sus máquinas de coser. Al igual que Patricia, cuenta con la plana, la fileteadora y la collarín.  Es curioso que con estas máquinas, Jazmin trabajara sola dado que es más de un proceso. Por ello me tome el atrevimiento de preguntarle por qué no tenía ayuda. Ella muy amablemente explicó que no tiene mucho trabajo acumulado y que ese es el motivo por el cual se encuentra laborando sola. Admirable dado que esta mujer emprendedora aparte de trabajar es ama de casa  y madre de dos niños. Sin embargo, expresó de manera firme el hecho de que en tiempos de mucho trabajo y solicitudes, es necesario contratar una ayudante de máquina.

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Para terminar la entrevista, Jazmín me ofreció una sonrisa al decirme que para ella el trabajo que se estaba realizando (reportaje) era algo muy representativo e importante por el hecho de incluirle en el mismo, puesto que mencionaba que al sector textil muy pocas veces se le da relevancia. Después de ello, muy lentamente me levanto de su sofá de flores bajo su mirada atenta. Me despido de ella de manera amigable con un apretón de manos suave. Sus hijos me saludan desde la mesa del comedor de una manera muy amable que demuestran, aparte de incertidumbre por el trabajo realizado, cierto sentido familiar que me hicieron relacionarlo con la manera de ser de su mamá.

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Con esta historia, el cuaderno bajo el brazo y una alegría infinita, salí de su casa a las 8:30 pm rumbo a mi hogar que está a menos de 3 minutos de la suya. De esta manera comienzo a pensar en Jazmín como el hilo que me llevará a agregarle otra puntada a mi historia.

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Mi costura apenas está comenzando, cada puntada requiere de una concentración fuerte para evitar errores al ensamblar sus dos partes. El hilo y la aguja son mis herramientas vitales para poder hacer de manera correcta el producto a entregar. Es importante haber seleccionado muy bien los hilos que van a permitir reconstruir Ibagué textil en la historia. Sin embargo, esta costura, pequeña por ahora, son dos puntadas más para lo que es una maquila sin fin de Ibagué como ejemplo de emprendimiento, confección e importancia a nivel Colombia en producción de prendas y elementos de la industria textil.

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